Proximidades y lejanías
Me quito la ropa a desgano, busco a tientas en la penumbra la camiseta que hace 11 años acompaña mis reposos, agujerada de tanto colarséle anhelos, viajes, proyectos, amiga inseparable de mis contornos y aventuras. Su manga corta y la delgadez de la prenda no importan aunque la radio diga que son 4 los grados de sensación térmica, siendo la Antártida más cálida que mi cama y que el frío que me erosiona por dentro, por que transporta la calidez de los recuerdos y de sabernos compañeras.
Me ubico de costado, mirando las rejas del ventanal, rejas que cierran a la vista la inmensidad de la noche, que atrincheran la posibilidad de dormirme volando hacia las estrellas.
Aproximo mi cuerpo a ese otro tibio que destroza el silencio con sus ronquidos, me dormito sabiendo que median tres horas hasta que el reloj diga que empieza otro día y la esperanza se muere sabiéndolo repetido y vano.
Su cuerpo reacciona y me siente cercanamente fría, ligera de ropas, agobiada el alma. Su cuerpo me pide, me exige, me obliga a despertar correspondiendo, y el calor se acerca, la llama se despierta tímidamente en mi interior poniendo la materia en sus manos, dejando volar el corazón, la mente, el alma a otro lado.
Hago magia con mis manos recorriendo su figura conocida y a la vez tan extraña, tan próxima y tan lejana. Me concentro, me enfoco, me aboco a la tarea del placer con dedicación y esmero pero mi alma reclama, grita, deshoja la soledad sentida. El placer me esquiva, se escabulle entre mis dedos, mi densidad suplica contactos con profundidad de espíritus que se hallan, que se aprecian, que se sumergen mutuamente.