lunes, abril 18, 2005

El chal... (cuento)

En un cuarto en semipenumbra, un chal recostado en una silla espera otro día ajetreado. Suena el despertador a las siete cuarenta y cinco de la mañana, como todos los días. Marina se despierta con el primer sonido, se sienta en la cama y suspira. Toma el chal y se lo coloca sobre los hombros mientras camina hacia la cocina. La cafetera eléctrica ya tiene preparado el café: agarra la taza y se sirve. Toma la infusión de a sorbitos, teniendo el pocillo entre sus manos, hasta terminarlo. Se dirige al baño, pone el tapón en la bañadera para dejar correr el agua caliente. Entra en su cuarto, tiende la cama y saca la ropa que va a utilizar en el día: una camisa blanca con detalles de flores, una pollera negra hasta la rodilla y unos zapatos negros. Deja todo ordenado arriba del lecho, incluyendo el chal, se quita la ropa e ingresa al baño.

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Camina una cuadra para tomarse el 39 ramal 2 que la lleva al trabajo. En la parada, mientras espera al colectivo, contempla un puesto de flores. Piensa en la emoción que sentiría si tuviera a alguien que le regalase un ramo de rosas blancas. Suspira. Ve el colectivo, se sube paga el boleto y se sienta. Tiene la vista fija en la ventana: mira sus sueños en el vidrio azulado. Pasan varias paradas. Un hombre se sienta a su lado: esta vestido con una camisa celeste cielo y un jean desteñido.
--Marina, discúlpame, pero te equivocaste de colectivo por que estás en el ramal 1. Tendrías que bajarte en la otra parada para poder tomar la línea que te lleva al trabajo-- dice el hombre.
Ella se sobresalta al escuchar su nombre en la boca de un extraño. Lo mira con sus ojos muy abiertos, mete la mano dentro de su bolso, aprieta con fuerza el chal. Ese joven le parece conocido, se pregunta si es del barrio o de la Facultad.
-- Gracias... Gracias— le dice mientras reprime los temblores que le produce no recordar quien es--Disculpame—se levanta del asiento y sale al pasillo-- ¿Te conozco de la Facultad?--
-- No, de ahí no.--
Marina baja la escalerilla del colectivo, un escalofrío le corre por la espalda, y en la parada se pone el chal mientras espera el ramal 2.

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En todo el día, no pudo dejar de pensar en el desconocido que la interpeló en el 39. Repasó mentalmente a sus vecinos, a las personas del mercado al que suele ir a comprar sus alimentos, a sus compañeros de la secundaria pero no recordó cuando ese hombre la conoció. Comienza a guardar sus cosas y, al agarrar el chal con ambas manos, los recuerdos llegan a su mente. La primera vez que ese abrigo estuvo sobre sus hombros fue a los 6 años. Lo había tejido su madre para que en las noches de invierno se sintiese protegida por el calor de la lana y, como le había dicho, “por el amor con el que te lo hice”. Se lo pone en la espalda lentamente y, en ese momento, mira la hora: son las diecinueve veinte. Sale apresurada de la oficina, cruza la calle para tomar el colectivo que la lleva a Constitución. Cuando llega, el tren está por salir de la estación, apura su paso y alcanza a subirse al ultimo vagón. Se acomoda el chal por que viaja parada en uno de los sectores para las bicicletas, en donde no hay asientos, las ventanas no tienen vidrios y a su lado esta la puerta de emergencias. Se siente muy incómoda, como si tuviera la impresión de que le va a pasar algo. Un escalofrío le corre por la espalda.
Pasan las estaciones y posa la mirada perdida en un hueco por el que entra la luz de la luna. No puede apartar de sus pensamientos la imagen del joven, intenta evocar de dónde lo conoce pero de su memoria los recuerdos se escapan. No se da cuenta que entran a ese sector del vagón, dos hombres vestidos de negro que caminan hacia ella hasta acorralarla. Le quieren robar sus cosas, ella defiende su bolso, y recibe un puñetazo en la cara que la tira al suelo. Los dos ladrones se agachan para quitarles sus pertenencias cuando uno de ellos siente dos manos sobre sus hombros que lo alzan en el aire y le dan un golpe en la nuca. Mariana se levanta, el segundo hombre de negro forcejea con ella y loa tira contra la puerta de emergencia que, con el impacto, se abre. El joven de camisa celeste cielo le pega al ladrón, que logra salir corriendo. Ella, asustada, trastabilla y el hombre del colectivo agarra su mano. El tiempo se detiene. En ese instante, ella recuerda que, cuando tenía 6 años, jugando en el balcón de su casa se desoldó la baranda y casi se cae. Si no hubiese sido por ese por un joven de mirada transparente que la atrapó justo a tiempo...
Ahora sabe quien es. Pero no su nombre. Se acomoda el chal sobre su espalda y el la mira mientras le sonríe.
--¿Cómo te llamas?—le pregunta Marina
-- Angel – le responde con una mezcla de ternura y alegría.
Los dos bajan del anden, caminan juntos y el joven recoge de un banco un ramo de rosas blancas.
--Vamos a casa --dice Angel
--Sí, a casa.
Ella siente la mano de el en la suya. El chal resbala de sus hombros y cae al suelo del anden. Marina gira la cabeza y lo mira. Ya no lo necesita.

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En los diarios apareció una breve crónica sobre una joven que murió al caer del tren. Los investigadores creen que fue un intento de robo aunque casi todas las pertenencias de la muchacha se encontraban al lado del cuerpo, menos un chal, que se encontró en la estación siguiente por donde se cree que escaparon los malhechores.